El ser humano, cuanto menos cultivado, más superficial y por tanto más estúpido. Superficial en tanto que superficie, la cáscara, el exterior, lo puramente visual y decorativo, el adorno superfluo, sin reparar en lo que palpita en sus entrañas.
Por supuesto que la estética es importante, en tanto que transposición y manifestación de una idea. Ha de ser un medio, no un fin en sí mismo.
No sólo vivimos en la era de la imagen como medio de transmisión de la información, sino en la sociedad de la imagen. No es que todo esté envuelto en imagen, sino que sólo es eso, únicamente.
Las películas ya no se sustentan en un buen guión, ahora sólo son acumulaciones de fotogramas espectaculares y efectos especiales, punto. La política y los políticos, un mero juego de abalorios y simulacros.
La gente sale a la calle (la real pero también la otra, la vicaria, la binaria, la de ceros y unos, la de las redes sociales) luciendo tetas y mucho maquillaje y más musculitos y ropa fashion y morros a cámara; y casi siempre en formato selfie, esa moderna efigie erigida al ego). Uno se asoma a Facebook o a alguna app para ligar (cualquiera, son todas igual de penosas, una subasta de cuerpos sin cerebro) y están plagadas de guaperas haciendo posturas y de latinas extracurvilíneas recién salidas de una sesión de fotos de estudio. Pero cuando uno tiene la oportunidad de verlos y verlas en persona, en vivo y en directo, cuando abren la boca y dejan mostrar lo que guardan adentro (nada), esa aparente magia se desinfla, desaparece, se esfuma como una exhalación. Y lo hace por una razón: nunca han tenido tal magia, tan sólo maquillaje, adorno, cáscaras, vacuos efectos especiales, humo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario