jueves, 9 de octubre de 2008

callar


Ya lo dijo Voltaire, “el secreto de aburrir es contarlo todo”. Y Javier Marías, en el primer volumen de su trilogía Tu rostro mañana, sentencia en las primeras páginas “callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto”. La vida nos ordena no hablar más de la cuenta. La ley misma nos lo recuerda o casi urge o advierte con la famosa frase “tiene derecho a guardar silencio […]”. En el arte, sugerir es la premisa; es importante lo que se calla, lo que no se dice, la ausencia vale tanto como la presencia. Una buena película no lo tiene que contar todo, que explicar todo, si no ¿dónde está la gracia?

Pero si hay un momento donde es aconsejable callar, ése es -paradójicamente- a la hora de confesarle a la persona amada que la amas. Frases como te quiero, me gustas, me pareces atractiva, eres un tío interesante… son gérmenes de ruptura. Insisto que parece una paradoja, pero el ser humano, aparte de hipócrita y cínico, es un cobarde de mucho cuidado (cobarde no por no atreverse a decir te quiero, sino por no atreverse a escucharlo). Hipócrita, porque nos pasamos la vida entera quejándonos de lo mal que nos van las cosas, de la pena del mal de amores, de que estamos cansados de cabrones y de putas, y de que estamos deseando encontrar a alguien para ser feliz de una vez por todas. Decimos buscar a alguien bueno, generoso, que nos quiera y nos lo exprese (¿cuántas veces habremos visto en las películas la famosa escena de cama donde la chica mira con ojos lánguidos al chico y le pregunta "dime, Frank, ¿me quieres?"). Pero en realidad no queremos que nos lo digan, y cuando nos lo dicen, preferimos no haberlo oído. Cuando damos con ese él o ella que andamos buscando nos aburrimos sobremanera, añoramos pasarlo mal, pues la felicidad cansa ya que no tiene nada de emocionante. Cuando alguien con el que hay mayor o menor complicidad amorosa (un novio, amante, ligue, rollo, alguien sólo besado o incluso alguien que está a punto de serlo) nos revela que nos quiere, que nos desea, o hasta se atreve con un piropo, poema, cumplido o sentimiento más o menos cursi o más o menos profundo y sincero, nosotros somos tan miedicas y mentecatos que nos asustamos y nos echamos para atrás, cobardes, respondiendo sólo con una forzada sonrisa, no volviendo a besarle u optando finalmente por no hacerlo en el caso de que lo tuviéramos en mente. Estúpidos, agobiados, le hacemos ver al otro que no nos ha hecho mucha gracia, que nos ha caído más bien como un jarro de agua fría, rogamos en voz baja que no nos vuelva a confesar lo que siente, que se lo guarde para él o, mejor aún, que se le pase –como si de un catarro se tratara- y poder así continuar con nuestra feliz existencia de individuos no queridos.

Sonará triste, pero siempre que le he confesado a una novia que la quería, ésta –antes o después- me ha terminado mandando a la mierda. Ni qué decir tiene de aquellos ligues potenciales que por dejar salir mi lengua a paseo demasiado pronto y confesarles lo mucho que me atraían, que me gustaban, me han negado finalmente una oportunidad que parecía más que posible en un primer momento.

En menor grado, pero también, me ocurre con los amigos. Chicas y sobre todo chicos -estos un poco más reservados-, que por sonrojarles en demasía los halagos, por turbarles un tanto que otro les declare abiertamente y con orgullo su amistad, por incomodarles las muestras de cariño y aprecio cordial, afectuoso, entrañable y tierno, por todo ello y por no azorarles más, al final termino por no decirles nada y aguantarme, tan sólo les miro y pienso: doy gracias por conocerte.

Así que, no sé vosotros, pero, al menos yo, la próxima vez que esté tentado de confesarle a un colega lo especial que es, o cuando me eche novia y sienta unas incontenibles ganas de decir te quiero, o cuando esté con una chica que acabe de conocer y que me guste mucho y arda en deseos de soltarle cuán bonita o simpática o inteligente o atractiva -o todo eso junto- me resulta, la próxima vez creo que voy a contenerme, me reprimiré y lo guardaré muy adentro, sólo para mí, y así no les daré motivos para dejar de hablarme, para no besarme, para no quererme... para salir corriendo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien dicho! Veo que vas aprendiendo! Tu callado... Nadie quiere en verdad sentirse querido por alguien que ya lo quiere.
Lo unico que al ser humano le gusta en su cutre y morbosa forma de pensar es que alguien que parece imposible conquistar sea sistematicamente engañado, embaucado y seducido por propios meritos. Es muy triste que la gente no soporte un triste "me gustas".
Yo también he perdido a chicas así, que se han acabado alejando poco a poco como si flotaran en un tronco cercano al mío y que es llevado por la corriente.
Tienes razón, la próxima vez callate y date el gustazo de privar a esa persona de lo que de verdad es el amor que se ve en las películas.
Algún día, cuando alguien te suelte un "te quiero" le podrás decir "me agrada que me lo digas, pero realmente has llegado tarde"