Guapuras aparte, el hombre vive atrapado en un cuerpo, uno en el que le ha tocado vivir, en el que se siente encerrado, del que no puede escapar… o sea, una cárcel.
Y con esto no me refiero –o al menos no en principio, aunque también se podría meter dentro del mismo saco- al hecho de sentirse a disgusto con el propio cuerpo por creerlo demasiado alto o bajo, delgado o gordo, narigón u orejotas, paticorto o cuellilargo, o chepudo o lo que sea. No. Más bien hablo de cárcel en el sentido de que el cuerpo es una carcasa malhecha, caduca y en constante estado de avería necesitada de reparaciones. El cuerpo humano es imperfecto, no cesa de enfermar, de oxidarse a cada paso. Y cuanto más pasan los años más se acentúa este fenómeno, hasta que ya no puede marchitarse más, y muere. (A veces pienso que nacemos predispuestos para enfermar y rompernos, que la naturaleza nos programa frágiles y deficientes con objeto de morir pronto y hacer que la vida continúe en la próxima generación.) Justo cuando la mente torna madura y le siguen fructíferas experiencias ricas en matices, cuando se valora la existencia como algo con fecha límite que hay que aprovechar, cuando se empieza a disfrutar de los placeres adultos de la vida, es cuando el trastajo se escacharra y hay que perder el tiempo una y otra vez con los constantes arreglos -cuando la cosa tiene solución-, y con las constantes lamentaciones y recogidas de aceite -cuando no-. Si uno, por poner un ejemplo, queda cojo o tuerto o sufre de ciática o no saliva bien o es diabético o le falla un riñón o lo que sea, sabe que el resto de la vida que le queda (a veces mucha) se la tirará padeciendo las molestias y dolores y carencias que dicha pierna u ojo o nervio o glándula u órgano le están causando minuto tras minuto. La angustia y desazón de pensar que el cuerpo no es un robot con repuestos que poder sustituir y problema resuelto, sino un invento desastroso que pierde irremediablemente tuercas por el camino y que ese mal le acompañará a uno hasta el día en que muera, nos termina asustando y deprimiendo y agotando, y a la postre llevando a ceptar -que no olvidar- sin más remedio y de mala manera la carga que habremos de llevar el resto de nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario