miércoles, 15 de octubre de 2008

moneda


Ayer por la noche un gnomo insufló magia a una moneda y la dejó en el asiento de un autobús para que yo la encontrara al ir a sentarme.

¿Por qué, pese a ser nieto de la Ilustración, pese a formar parte de la generación con más acceso al conocimiento de la historia, por qué pese a echar pestes de la religión y reírme de las supersticiones y creencias de vieja, por qué –y he aquí la cuestión- cada vez que me encuentro una moneda de uno, dos o cinco céntimos por el suelo no puedo evitar cogerla y pedir un deseo (siempre el mismo: conocer a una chica estupenda, o que vuelva a mis brazos la última que me dejó o que me diga que la que acabo de conocer) y guardarla en lugar seguro esperando a que se cumpla pese a saber por experiencia que nunca se cumple? ¿Por qué? ¿Por qué lo sigo haciendo? ¿Por qué soy tan ingenuo de creer en la magia de una moneda encontrada? Pues no lo sé. Tal vez porque es el último recurso, el último vestigio donde esconderse, la última vida en el videojuego, el último remedio para intentar aliviar algo la interminable agonía que acompaña a toda esperanza, y porque no pierdo nada y porque su amargo bálsamo me consuela, aunque sea sólo un poco, unas migas, apenas nada.


A propósito de la foto:
Se trata del Desprecio a la Superstición. Al parecer el día 13 de cada mes se solía reunir en Londres un Club de Excéntricos que se divertía en desafiar toda clase de supersticiones. Se abrían paraguas en el interior de la sala, se derramaba sal, se caminaba bajo escaleras de mano y se ofrecían bebidas en vasos rotos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No puedes evitar pedir ese deseo por que eres un romántico... Tu debiste haber nacido en la ilustración... El hecho de pedir un deseo es solo la representación del deseo, valga la redundancia, que tienes de que se cumpla lo imposible, de negarte a lo real...

Ains, cuando un alma soñadora como tu aprenderá...

Anónimo dijo...

Hombe yo cuando cojo la monedita de marras, miro antes a los lados, hago un movimiento rápido y fugaz y me la quedo, ya sólo el encontrarla es un "milagro". Moneda a moneda se puede contruir un imperio.