viernes, 19 de septiembre de 2008

hola, don Pepito


Son personas aparentemente normales: no vienen de Marte ni hablan dialectos desconocidos ni brillan en la oscuridad. Tampoco comen plancton para desayunar ni leen el periódico del revés, no hablan de la teoría de supercuerdas mientras hacen el amor ni realizan la fotosíntesis en la intimidad. Son, a fin de cuentas, gente corriente, aparentemente normal en todo, excepto en una cosa: no saben dar la mano.

Todos, o al menos todos los que tenemos por costumbre dar la mano al saludar* (con excepción de los que se dan uno, dos o cuatro besos, o un efusivo abrazo, o, como los nipones, se saludan con reverenciales inclinaciones de cabeza*), todos, alguna vez, hemos vivido la experiencia de dar la mano a alguien que, sin saber muy bien por qué -y ésa es una pregunta que me carcome- no saben dar la mano, no bien, al menos no como el resto.

No la estrechan, no la toman entera con la palma abierta y luego dan un apretón más o menos fuerte, no, sólo la dan a medias, a la mitad, nunca del todo. Sostienen, casi con desidia, sin determinación, diríase que hasta con miedo, la mano ajena; y el que recibe el susodicho amago de saludo, blando, flácido, sin firmeza, no puede evitar sentir una especia de escalofrío, algo así como repugnancia.

Freud, seguro, achacaría esto a un subyacente complejo de raíz sexual; yo, no lo tengo del todo claro. Tal vez, tras su apariencia de pequeños hombres de infantiles manos, se escondan auténticos Hércules con músculos de acero, y tanto teman descuajaringar la mano del otro con un apretón, que, por no pasarse, ni llegan. A lo mejor, trabajan en un gabinete de protocolo, enseñando a dar la mano a los políticos de turno y entrenando su falsa sonrisa demagoga, y entonces, una vez fuera del curre, cansados como están de repetir lo mismo una y otra vez, exhaustos, cuando les toca saludar de verdad, lo hagan sin esforzarse, pues, como es bien sabido, en casa del herrero, cuchillo de palo. O tal vez, en sus ratos libres, participen en ilegales combates de Moai Tai, y para eso se entrenen, no golpeando sacos de boxeo, sino triturando con sus nudillos enormes bloques de hielo, por lo que, cuando toca saludar a alguien, ponen cara de afligidos, dan remolonamente la mano, y, al hacerlo, gritan en inaudible voz baja ¡Auh!

*dar la mano: se dice que dar la mano viene de antiguo, de cuando los romanos. Al parecer estrecharse la mano derecha (la mano del arma, la que simboliza poder y justicia) implicaba, primero, soltar el arma y hacerle ver al otro que ibas con buenas intenciones. Lo que realmente se estrechaba entonces era el antebrazo del contrario, para comprobar o asegurarse de que no guardaba una daga en la manga. Los magos y jugadores de cartas se saludan así también. Luego, se cree que en el siglo XIX, se fijó la costumbre de darse formalmente la mano entre hombres de igual alcurnia y posición para cerrar tratos comerciales. Y de ahí, hasta hoy.

*japoneses: parece ser que los japoneses no se saludan ni con apretones de mano ni con abrazos y ni qué decir tiene de los besos, por considerar el contacto físico descortés y antihigiénico, por eso optan por la inclinación de cabeza. Curioso, ¿no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

No soy de esa gente corriente y flacida que describes, al menos creoq ue no lo soy...pero huyo de estrechar la mano, soy mas bien de abrazo, de beso de verdad, o de los protocolarios dos besos si eres desconocido...la mano me impone, me revela insegura (y eso hay que mantenerlo en secreto)