domingo, 28 de septiembre de 2008

ojalá que llueva...






Cada mañana, cuando entro tranqueando en la cocina, aún dormido, y abro el armarito donde guardo las infusiones y el azúcar moreno, hay un intenso aroma que me recibe con sus buenos días.

Hace algo más de una semana no pude evitar entrar en una "cafetería y tienda de cafés" que hay no muy lejos de mi casa, cuyos granos cantores entonan su perfume a seis voces torrefactas hacia la calle, la manzana y, ya puestos, el resto del barrio, inundándolo todo, hipnotizando narices, obligado –más que invitando- a los inocentes caminantes a entrar sin saber muy bien por qué. A mí, al menos –y doy por sentado que a otros muchos también- me pasó justo eso. Entré ignorando lo que iba a decir, qué iba a pedir y en resumidas cuentas, qué carajo hacía allí. Era como en las películas de dibujos animados, donde el olor de una tartaleta se personifica en una mano que agarra al hambriento de turno de la nariz y lo arrastra hasta su origen.

La joven dependienta me miró, esperando a que yo hablara. Observé un instante los carteles, con cientos de nombres, dibujos, tipos, pesos y precios, y me mareé. Cuando volví a la realidad conseguí mascullar “maldición, he caído en la trampa”. Fue entonces cuando le confesé que no tenía ni idea de cafés, pese a chiflarme su sabor, y que cada vez que pasaba por esa calle me dejaba idiotizar por el aroma de los granos tostados recién molidos; que ignoraba el nombre y la cantidad y el origen y la clase de café que buscaba, pero que no quería salir de allí con las manos vacías.

Tras hacerme un par de preguntas acerca del tipo de cafetera que tenía en casa y la intensidad del sabor que deseaba, llenó un quintal de granos, lo volcó en lo alto de una trituradora y aquel café empezó a cantar en vibrato. La moza me terminó endilgando 250 gramos de café colombiano, 50% natural, 50% torrefacto. Para probar.

Así que, ahora, cada mañana, pruebo y repruebo y me dejo hipnotizar y despejar y entretener por el aroma y la intensidad y el sabor de unos granos molidos expresamente para mí.




¡Mmmm… qué rico!

1 comentario:

Anónimo dijo...

No me puedo sentir más identificada con el texto de hoy, querido. El humeante y delicioso salvavidas matinal, y también cómo no, el alimento testigo de las mejores conversaciones...

me encantaría que me llevaras a esa tienda! ¿hace una mañanita de estas?

Un beso y mares de café calentito.
Laura