miércoles, 17 de septiembre de 2008

Laura



Laura (del lat. laurus, victoria) s. f. Dícese de la persona, preferiblemente mujer, afectiva y desinteresada que practica la magia y hace felices a los que la rodean. SIN. Colega, compañera, amiga.

Si repaso mi lista de amistades femeninas (amistades, que no ligues), y ya puestos, mi lista de amistades, a secas, hay un nombre que destaca clara y profusamente sobre los demás, repitiéndose una y otra vez: Laura. No me he fijado, pero, tal vez, en mi horóscopo, en el libro gordo de los cumpleaños, venga debajo y en ilegible letra pequeña “toda su vida se la pasará usted conociendo Lauras”. Y es verdad. De un largo tiempo a esta parte parece como si sólo hubiese conocido Lauras, o siendo un poco más justos, me hubiese quedado en calidad de amigas sólo con chicas bautizadas con dicho nombre. Y no me quejo, en absoluto, todo lo contrario. Gracias a ellas me he enamorado y también pasado fabulosos ratos de sexo, he desvariado a causa de cañas de más y he tenido con quien hablar largo y tendido. Las he añorado cuando no estaban y las he terminado viendo hasta en la sopa cuando sí. Algunas más, otras menos, pero todas y cada una me han prestado generosamente su tiempo, su atención, sus risas y, con especial cariño, su hombro para desahogarme cuando más lo necesitaba.

Pero, ¿cual es el motivo? ¿Por qué nada más aparecen Lauras en mi laureado inventario de amigas? ¿A qué se debe? ¿Acaso, a una extraña y enfermiza obsesión por ese nombre? O tal vez todo revele un chiste de la Providencia, por el que, tras hacer una finísima criba entre las personas que voy conociendo y tan sólo quedarme con las mejores (fruto de la exigencia), coincide que dichas personas –y he ahí la broma o guasa- son chicas que responden al nombre de Laura. O triste, cruel, pero sencilla y lógicamente se deba a que, de entre todas las chicas conocidas, tan sólo ellas sean capaces de aguantarme. A lo mejor son santas. A lo mejor, efectivamente, las personas nacidas bajo ese nombre poseen el don de la paciencia y el de hacer sentir especiales a los demás y el don de ser luz en la oscuridad y calma en el barullo; y por supuesto manejan como nadie el arte de la alquimia, tornando aburrida misa latina en divertida fiesta pagana. Pero, si hay algo que describe a estas santas muchachas, ese es, sin duda, su gusto, atrofiado y extravagante, que les lleva sin perdón a aceptar -como si de una casa de beneficiencia se tratase- a causas perdidas, necesitados de atención, almas en pena y, a finde cuentas, gente rara como amigo.

Supongo que si algo me ha llamado a escribir esta entrada en el blog ha sido únicamente las ganas de agradecérselo, de confesarles lo que ya saben, que me gustaría que siempre estuvieran allí, de repetirles una vez más que las quiero y, sobre todo, que no cambien: pueden teñirse el pelo, menguar de tamaño o ponerse tetas, pero no cesar de ser quienes son, jamás dejarse sobornar y nunca -nunca- olvidar su nombre.



Siento si me repito con esta película. Sé que bauticé este blog con un fotograma de la misma y ahora vuelvo a la carga con el cartel, pero, como veréis, era imperdonable no ponerlo, jajaja. Y, por cierto, la de arriba del todo, la de la foto en B&N, por si alguno se lo está preguntando, es la mismísima Gene Tierney, es decir, Laura, conseiderada por muchos como la mujer más bella de la historia del cine. La verdad, no me extraña.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que pasa es que tu eres una de las mas adorables causas perdidas con las que me cruce en la vida. Soy mas Laura por ti y contigo. Esta tarde lo ves. Gracias Peter.