domingo, 14 de septiembre de 2008

Tierra Media


Los pobres porque son pobres y los ricos porque quieren más poder, no hay nadie y a quién poder fiar el título de edil en pueblo alguno, ciudad, esquina o rincón de esta enorme piel de toro adonde te dirijas. La especulación inmobiliaria, recalificaciones, permisos y demás expropiaciones que lucran a los constructores, sería imposible sin la complicidad de los ayuntamientos que lo permiten. Pero, ¿quién puede negarse a no ser corrupto cuando hay una hipoteca que pagar o una jubilación que pinta demasiado negra o cuando tu hija se casa y regalarle un pisito no sólo sería la mejor de las dotes sino un lujo que pocos pueden permitirse? ¿Quién puede negarse cuando a tu pueblo van de veraneo los actores de “jolibud” -esos con tanto glamour, a los que tu mujer tanto admira-, y la tentación de darles una vueltecita en el yate que no tienes (aún), es más fuerte que la voluntad de ser honrado? Ser alcalde es como el poderoso anillo de El Señor de los Anillos: los avariciosos lo desean, envenados por la codicia; los decentes prefieren tenerlo lejos, pues saben que, de poseerlo, tornarían igual que aquéllos.

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